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LA VISITA A SU TERRUÑO QUE SE CONVIRTIÓ EN EL VIAJE FINAL 

Adiós a Pepito, un feliz trotamundos que resignificó el reportaje con click artístico

Falleció en España, donde había naci­do. Sagaz, intuitivo y de gran sensi­bilidad, exaltó el rol del reportero gráfico. Dejó un legado inmenso. 

UN REPORTERO GRÁFICO QUE SUPO DARLE UN PLUS DE CREATIVIDAD ARTÍSTICA A SU TRABAJO.

Nació en España, en Valen­cia para más dato, pero decía -mitad en broma, mitad en serio- que se había malcria­do en Corrientes, la ciudad que lo adoptó y que él ama­ba, aunque añoraba ese aro­ma del Mediterráneo y sus exquisiteces que lo remitían a la infancia y aquella familia de origen que se aventuró a la América para edificar un nuevo destino en el Taragüí. José Molina González, más conocido como Pepito, tenía siempre a mano una picardía para entrar o para salir. "Lo mío es la fotografía, escri­bí vos... yo te cuento lo que quieras, dale, escribí vos...", le dijo a este cronista para escapar con elegancia del compromiso de redactar una columna sobre sus recuerdos en el periodismo gráfico. Y en verdad tenía razón, cómo pedirle que escriba justo a él que contó la historia con­temporánea de Corrientes y su gente con imágenes me­morables.

Sagaz, intuitivo, de fina sensibilidad, Pepito Molina González fue un extraordi­nario fotógrafo. Un profe­sional de la fotografía, como gustaba definirse. 

Su talento natural, la capa­cidad técnica y la gran dedi­cación le permitieron escalar por arriba del fotógrafo de sociales y en ese crecimiento resignificó el rol del reporte­ro gráfico. Le dio un plus con la creatividad que volcó a su trabajo tanto cotidiano como de elaboración para muestra. 

Versátil, tenía la capacidad de acometer con eficacia una misión periodística ya sea de rutina o con mayor grado de exigencia y al mismo tiem­po disparar hacia un cua­dro artístico que solamente su mirada entrenada podía componer en cuestión de se­gundos. 

Pepito era garantía de cali­dad. Incluso trabajó muchí­simo para -grandes- firmas comerciales, pero sobre todo produjo colecciones formi­dables de lo que podría de­nominarse reportajes urba­nos, rurales, de la naturaleza correntina y de la cotidia­neidad de los habitantes de esta tierra. Hizo coberturas admirables de los carnava­les, según pasaron los años en todos sus escenarios des­de la costanera hasta el cor­sódromo Nolo Alías, y tam­bién de la Fiesta Nacional del Chamamé. Dejó un legado inmenso para la cultura de Corrientes.

Ni siquiera la jubilación, después de casi 40 años en el diario Época de esta ciudad, le restó entusiasmo y seguía presente en todos los acon­tecimientos importantes con la cámara colgada al cuello. Manejaba con ductilidad los equipos digitales que trajo el salto tecnológico. Acompañó la modernidad, se acomodó y siguió adelante, lo que era reflejo de su espíritu inquie­to, emprendedor.

Había comenzado con la fotografía en la década de los años 70 en un revista local, luego desde diciembre del 73 estuvo en la fundación del diario de calle Yrigo­yen al 800. En realidad llegó mucho antes de que las impresoras comenza­ran a funcionar. "Empecé en septiembre de 1973 ha­ciendo el archivo de foto­grafía. No teníamos nada. Por supuesto hubo que hacer todo desde cero, fotos de la ciudad, instituciones, funcionarios, todo nuevo, yo tenía un buen stock de fotos del hipódromo (General San Martín) que por aquel enton­ces era importante", reme­moró en un reportaje. 

Pepito Molina que ya había cruzado el Atlántico varias veces fue uno de los puntales del entonces flamante diario Época. Tenía 24 años y se ganaba la vida en el comer­cio (supo tener un puesto de frutas en el desaparecido Mercado Central, entre otros emprendimientos) y com­pletaba sus horas de trabajo/ocio con la fotografía. Tenía un local de fotografía cerca del hipódromo.

Los años y su obra de ex­celencia lo convirtieron en un referente del matutino; también del fotoperiodismo en Corrientes. Recorrió la Argentina de extremo a ex­tremo y también hizo cober­turas internacionales para diarios nacionales. 

Sus obras fueron exhibi­das en infinidad de muestras individuales y colectivas, además aparecen en libros de colección. Varias veces galardonado, José Molina González se volvió un ícono de la actividad. 

Le decían "gallego", ab­surdo gentilicio que él aten­día o desoía a conveniencia. Valenciano puro, disfrutaba de la paella -que preparaba deliciosamente-, en general gustaba de la comida, de un buen vino y de las reuniones familiares. Se casó con una correntina y tuvo seis hijos, una mujer y cinco varones, algunos de ellos siguieron como afición los pasos del padre.

El año pasado había sido operado del corazón y estaba en recuperación. La noticia infausta que se conoció ayer es que estando en Valencia, de visita a uno de sus hijos, sufrió un paro cardíaco y fa­lleció. En agosto cumpliría 73 años. 

El trotamundos que a tra­vés de sus flashes nos enseñó a descubrir Corrientes se fue sin poder decirle: Gracias. s

-L.A.S- 

El pálpito para el Gordo

Pocos tienen la posibilidad de poder decir que han gana­do el Gordo de la Lotería. José "Pepito" Molina González, que era un riguroso cabulero, pero sobre todo un entusias­ta alquimista en la formula­ción de cifras para ser aplica­das a las apuestas de quiniela a partir de un sueño, una anécdota o una simple coin­cidencia de fechas y perso­nas, tenía en su currículum el logro no solo del premio mayor, sino además de haber acertado en su elección.

A su pálpito se debe el nú­mero que dio en el blanco en el sorteo de la Lotería Co­rrentina en las postrimerías del año 1994 y que benefició a doce trabajadores del diario Época, entre ellos periodis­tas, armadores, fotógrafos, incluso un directivo de la empresa. En ese pelotón de apostadores estaba Pepito, que fue el encargado de re­colectar el dinero y ensayar la adivinación del número mágico en la agencia ubicada a una cuadra. 

La Sorpresa, se llamaba el local. Y así fue, no falló. El cartón permanecía colgado a la espera del soñador una horas antes del sorteo, que se realizaría a partir de las 21. "Me gustó este número", se justificó Pepito al regresar a la Redacción, intentando re­latar cómo había decantado en esos cinco dígitos. Nadie lo escuchó, era la hora de cierre.

En sobre cerrado, el boleto con destino de felicidad que­dó guardado en el cajón de un escritorio del periodista que había entusiasmado a Molina González para ha­cer la apuesta colectiva. El bolillero rubricó el acierto y transformó en algarabía el brindis de aquel fin de año para un puñado de trabaja­dores.

Desde entonces, Pepito acentuó su excelencia como gurú del pálpito. Así, una de sus frases de cabecera: "De­cime el numerazo", con la que interpelaba a quien se le cruzara, pasó a tener otra re­levancia. Ya todos creían que la alquimia era posible. s 

-L.A.S- 

Molina González había sido operado del corazón el año pasado en el Ins­tituto de Cardiología. En agosto cumpliría 73 años.