La ganancia que no fue
Argentina le pagó al FMI, pero las reservas no mejoran. Es que pese al escenario internacional favorable, la economía nacional licúa los buenos saldos de exportación.

Un momento provechoso con resultado negativo. Esta suerte de oxímoron conceptual aplicado a la economía ofrece una definición sobre lo que le pasa a la Argentina que desde hace varias décadas, por lo menos desde que se inició del siglo XXI, ha dejado escapar varias oportunidades que podrían haber sido altamente favorables. La configuración de determinados escenarios internacionales que perturban el sistema económico global supone casi siempre una instancia para obtener beneficios, pero, claro, para eso hay que estar preparado. Por muy impiadoso que parezca, las guerras, con su carga de dolor y sacrificio para una o varias naciones, abre oportunidades para otros países que circunstancialmente pueden sacar rédito o mejorar su posición en el concierto internacional de manera lícita, sin caer en prácticas abominables. Por ejemplo, la guerra que desató Rusia contra Ucrania, tras la pandemia de coronavirus que asoló al planeta, constituye una puerta para que países productores de granos como Argentina expandan sus operaciones comerciales y embolsen más divisas. De hecho algo de eso está sucediendo, pero en lugar de poder sacar provecho de esa situación el balance vuelve a ser decepcionante. Es el reflejo de un país anclado al fracaso por impericia técnica y obcecación ideológica.
No se trata de aplicar un desprejuiciado pragmatismo, pero comportarse con un afán idealista es un yerro que roza con la irresponsabilidad. En la Argentina hay mucho de simulación al respecto.
Es llamativo cómo el Gobierno Nacional presenta con un sentido de culpa el caso de la guerra y las eventuales ganancias surgidas de un contexto internacional favorable. Más urticante se vuelve la representación oficial con el pretendido zarpazo impositivo a aquellas organizaciones empresarias que registran dividendos extras por esta causa excepcional. La renta inesperada, además de un engendro tributario -muy regresivo- es una pésima señal que le hace perder potencia al país. La medida encierra a la Argentina en una obstinación que el mercado local e internacional mira con la misma extrañeza que se mira a quienes evidencian rasgos patológicos en la conducta.
Pero, más allá de esto, el hecho es que todo lo que se podría sacar de provecho a causa de este escenario de conflagración se licúa en el desequilibrio macro de la economía.
Veamos: la noticia es de ayer y dice que el superávit de la balanza comercial se redujo un 79% a US$356 millones en mayo, producto de un récord de importaciones impulsado por el fuerte aumento en volúmenes y precios de las compras de combustibles y energía. Así las cosas, el intercambio de bienes y servicios de la Argentina con el mundo alcanzó máximos históricos, sin embargo la situación provocada por la guerra entre Rusia y Ucrania, más el contexto macroeconómico le restan posibilidad de capturar los beneficios derivados.
Las exportaciones treparon a US$8.226 millones, lo que implica un alza de 20,6% en forma interanual. En tanto, las importaciones avanzaron 53,1% hasta los US$7.870 millones. El saldo entre ambas operaciones dejó un margen positivo de US$356 millones, que es un 79% inferior a los US$1.672 que se habían generado en el mismo mes del año pasado.
De esta forma, en cinco meses la ventas al exterior subieron 26,6% a US$35.917 millones, mientras que las importaciones crecieron 44,2% a US$22.690 millones. El balance de ese período muestra un superávit de US$3.196 millones, que resulta un 43,6% menor si lo cotejamos con el mismo período del año pasado. Esta reducción de los saldos comerciales explica la baja acumulación de reservas que logró el Banco Central durante los primeros cinco meses del año, período de "alta temporada".